Encontré hace tiempo en internet la
portada de un cuento japonés que me llamó la atención por el contraste de luces y el juego de colores. En ella
aparecen dos niños
jugando con un cazamariposas en medio de una zona de altos matorrales, verdes,
muy oscuros, salvo pequeñas manchas de luz verde muy claro, a contraluz, de lo que
parece ser un atardecer donde un sol muy luminoso se pone tras una torre metálica en medio de un cielo ámbar con nubes cárdenas, sobre la silueta de
los tejados de una ciudad en tonos violetas.
Al volver
a ver esta imagen hace unos días me vino la idea de un faro a contraluz, al amanecer,
sobre un acantilado rocoso. Más tarde, se me ocurrió la posibilidad de una pintura con ese mismo tema pero...¿Qué faro?, pensé.
Surgió de forma inmediata la imagen
del faro de Cabo de Palos, en el Mar Menor, que ya pinté hace unos años y que ahora tiene Eva.
Faro de
Cabo de Palos. Oleo/tabla. 38x46 cm.
Desde ese instante surgió la idea de pintar un
amanecer; esos momentos breves pero intensos que siempre me han impresionado en
el paso fugaz de la noche al día cuando navego.
Al día siguiente, nada más despertar, cuando estaba
amaneciendo, cogí los
trastos de pintar y me fuí a hacer unos apuntes a Cabo de Palos. Allí, en la estrecha sombra del
tronco de una pequeña y escuálida palmera (pues ya el sol calentaba de lleno a pesar de ser
las 9 de la mañana),
realicé un dibujo a color como base para la nueva pintura.