Nunca
fue un sueño, ni siquiera una ilusión, o algo que un día puedas hacer o
conseguir. Aunque cuando navegas, alguna vez piensas en esas travesías de miles
de millas a tierras desconocidas e islas lejanas que realizaron los grandes
navegantes. Tu nunca lo harás, pero…
Cuando
en la madrugada del 10 de Agosto, a las 5,45 horas, a bordo del Rampout, un
estupendo velero de 42 pies de eslora, apareció entre la bruma el mágico perfil
de la Isola de Asinara, uno de los
lugares más al norte de Cerdeña, la emoción me embargó. Me sentí afortunado por
estar en esos momentos de guardia, al timón, mientras mis compañeros dormían.
El sol despuntaba entre las nubes, sobre la isla. Allí estábamos frente a
tierras italianas; ante nosotros se encontraba el paso Fornelli, un estrecho
canal de apenas tres metros de profundidad situado entre la mencionada isla (isola en musical italiano), el cabo
Falcone y la isla Plana que nos condujo a Cala Yacca, nuestro primer fondeadero
en la mar de Italia.
Agua trasparente, mar llana, aire puro, cielo
limpio, brisa fresca, suave y un sol ambarino que disolvía la bruma y templaba la
mañana recién comenzada.
En
un pequeño islote junto al cabo, una torre vigía monta guardia, como queriendo proteger
este pequeño trozo de paraíso llamado Paraje Pelosa. A pesar de estar
construida con las piedras oscuras del entorno, no es amenazante ni tenebrosa.
En tiempos de piratas berberiscos pudo serlo, ahora es más un monumento de
imagen sólida y noble porte.
Torre
Pelosa. Cerdeña. En primer término Cala Yacca,
al fondo la isla de Asinara
Aquí estamos. Tras zarpar de Alicante y recalar en Formentera y Menorca. Hemos llegado a esta isla
generosa y acogedora. Cerdeña, tierra de los sardos. Personas
forjadas a imagen de su tierra, fuerte y enérgica, de mirada directa y
sonrisa espontánea. Como sus torres, como sus piedras, como su mar.