Esta noche hacía mucho, muchísimo viento. Y también frio,
mucho frio. De madrugada, además, empezó a llover y siguió así las primeras
horas de la mañana. El cielo está gris, sucio, manchado, oscuro, amenazador y
aún apunta cosas peores.
Para contradecirme, aunque sea levemente, se abren algunas
nubes y un breve jirón de luz ilumina la mar, aunque muy poco. Diríase un
espejismo porque, después de volver a llover con cierta intensidad, justo sobre
nosotros, unas nubes se abren y un intenso pero fugaz rayo de sol ilumina la
agitada superficie acuosa. Efectivamente era un espejismo ya que ahora el
viento vuelve a arreciar, las nubes se cierran y una fresca e intensa racha golpea con fuerza la escasa superficie vélica que llevamos, haciendo
cabecear el barco. La proa corta las olas cada vez más altas y de vez en cuando
se hunde profundamente en el agua para surgir con fuerza levantando espuma y
chorreando líquido sobre la cubierta.
El viento arrecia y las olas cada vez son más altas
-¡Agua va!- grita alguno de nosotros, no se quien, y la verdad
es que da igual, la visibilidad es muy escasa y nos enteramos cuando la ola
llega y barre la cubierta una vez más, empapándolo todo y a todos. Llevamos ropa de agua pero casi no sirve, al final, sin saber por dónde, esta se
cuela mojándolo todo.
Ahora, para acabar de completar el panorama, empieza a
granizar. Agua helada y pequeños trozos de hielo caen simultáneamente, para,
a renglón seguido, jarrear granizo con tal intensidad y virulencia que amenaza
con agujerear las velas, las pocas que aún llevamos; un pequeño foque y la
mayor con dos rizos. Hubiera sido mejor tomar el tercero pero confiábamos en
que el viento no subiría tanto y, otra vez, ─ ¡Cómo no!─ volvimos a
equivocarnos.
─ ¡Cuando pienses en tomar un rizo tómalo, luego será tarde!─ dicen los marinos, y así ha sido.
De nuevo toca aguantarse. Los rociones son constantes y a veces las gotas de agua arrastradas con violencia por el viento nos golpean intensamente
en la cara y duele, vaya si duele. Para combatir el ambiente cada vez más
gélido vendría bien un caldo calentito pero, otra vez es imposible. Abajo en
la camareta está todo revuelto y lo que no estaba bien trincado rueda por el
suelo en completo desorden; es imposible calentar nada debido a los bandazos y los golpes de mar que estamos sufriendo, como
mucho unas galletas o unos frutos secos que, al morderlos, aunque estén fríos,
dan energía y distraen la mente.
Lluvia, viento y frío
Lo que más molesta es el frío en las manos. A pesar de los
guantes están heladas y manejar los aparejos, rígidos y empapados, se hace
difícil y cuesta cada vez más.
─ ¿Cuánto falta para llegar a puerto?─ pregunta algún incauto y la
carcajada en muchos de nosotros surge natural y espontánea.
Afortunadamente el barco es más resistente, más capaz y mucho más
fuerte que nosotros, corta las olas seguro y con fuerza, y esa fuerza, ─ ¡Menos
mal!─, la trasmite a los incautos que en cubierta pensaban y se sentían como argonautas.