domingo, 26 de mayo de 2013

El Bucentauro y Venecia

En Venecia todo es excesivo. Canales, puentes, palacios. Amaneceres, nieblas, crepúsculos. Máscaras, fastos, humedades. Gentes, góndolas y tiempo, sobre todo tiempo. Tiempo remoto, antiguo, pasado, pero también actual, latente y vivo. Que atrae, envuelve, hipnotiza.

La riqueza y el poder de la ciudad estado veneciana nacieron en el siglo V como una agrupación informal de pueblos entre las marismas al norte del mar Adriático y duró más de mil años. Periodo durante el cual se construyeron la Basílica de San Marcos, el enorme mercado junto al Gran Canal y cientos de magníficas iglesias y lujosos palacios.

Y, como no, cuando Venecia era una de las repúblicas más poderosas, tan marítima, tan marinera, la importancia de los barcos era fundamental y, por supuesto, el más significativo de todos estos navíos tenía que ser el de su máximo dirigente: el Dux
.
El Bucentauro (del italiano buzino d´oro, buque de oro) era el nombre que se daba a la galera que en Venecia llevaba al dux el día de la Ascensión para renovar los votos matrimoniales con el mar Adriático. Esta dorada embarcación de cien pies de eslora representaba todo el poder y el orgullo de una república cuyo dirigente supremo, no solo se concedía el derecho de retratarse junto al papa, sino que además lo hacía a su mismo nivel.




Canaletto: El Bucentauro el día de la Ascensión. 57 x 93. 1743-1745.  
Colección Thyssen-Bornemisza.


Detalle de la pintura anterior


El lienzo de Canaletto muestra uno de los momentos culminantes de la Sensa (“Ascensión”), cuando el Dogo (dux) escupe sobre el Bucentauro para cumplir el rito de las nupcias con el mar. Esta fiesta era el acontecimiento más importante del año para conmemorar la victoria naval del dogo Pietro Orseolo II sobre los piratas dálmatas, ocurrida según la tradición el día de la Ascensión del año 998, y que marcó la hegemonía veneciana sobre el comercio marítimo mucho más allá del Mediterráneo y el Mar Negro.

La fiesta fue enriquecida posteriormente con el rito del matrimonio del dux con el mar. Todas las campanas de las iglesias tañían y los cañones tronaban al paso de la fastuosa embarcación desde San Marcos a la desembocadura del Lido, donde, tras la bendición del patriarca, el dux arrojaba al mar el anillo nupcial para celebrar la unión simbólica con este.

El Bucentauro pintado por Canaletto en esta veduta fue el último construido según diseño de Stefano Conte y talla de Antonio Corradini y más tarde destruido a hachazos por los franceses a las órdenes de Napoleón en Enero de 1798, no solo como saqueo, quedándose con los cientos de libras de oro, joyas y tapices que lo recubrían, también como simbólico gesto político de su victoria sobre tan orgullosa ciudad.



Maqueta del Bucentauro destruido en la invasión francesa que
actualmente se conserva en el museo veneciano del Arsenal


Bucentauro: Antigua ilustración de la galera de los dux de Venecia. Creada por
 Best y Leloir, publicado el Magasin Pittoresque, París, 1840


Como no podía ser de otra manera, semejante embarcación y semejantes acontecimientos sirvieron de inspiración a los más significativos artista venecianos, entre ellos Guardi y Canaletto, algunas de cuyas obras vemos a continuación:



Francesco Guardi: El Dogo en el Bucentauro hacia Sant´Elenail. 66x100. Louvre. París



Canaletto: Retorno del Bucentoro al Molo el día de la Ascensión. 1730.  
Royal Collection. Windsor


Canaletto: El Bucentoro el día de la Ascensión. 1732. Royal Collection. Windsor


Actualmente la Fondazione Bucintoro lo está reconstruyendo en el Arsenal y espera que el buque se convierta en "el museo flotante más visitado del mundo", viendo además el proyecto como un medio para "ayudar a Venecia recuperar su antigua gloria y el antiguo espíritu".  ¡Ojalá pronto veamos el resultado!




lunes, 6 de mayo de 2013

Meditar navegando


La noche pasada, estando de guardia, protegido en cubierta lo mejor posible del frío de este ventoso mes de Marzo, con el paso del tiempo empezó a ser difícil mantener los ojos abiertos y librarse de la somnolencia, lo que puede ser bastante peligroso cuando eres el responsable de la travesía, del rumbo, del barco, y cuando tus compañeros que descansan confían y dependen de ti; me di cuenta que, de forma espontánea, estaba colocado en una posición bastante parecida al conocido asana de yoga “ flor de loto” que completé situando las manos en la posición del pulgar en contacto con el índice, logré de esta forma un estado a medio camino entre la vigilia y la abstracción y así una gran concentración muy próxima a la meditación.

Si, esos momentos estaba meditando y, a la vez, escuchando y sintiendo los sonidos del barco, de la mar, del viento, y sin tensión alguna, alcancé una profunda relajación.






Martín Alía. "Luz en el océano". 94 x 160 cm. Oleo/lienzo. 2007 


La primera vez que me encontré en esta situación fue hace unos años durante la travesía Alicante-Cannes. Estaba tan emocionado, tan agradecido, que lo mejor que se me ocurrió al fondear tras varios días de navegación en la bahía de Saint-Tropez, fue ir a proa y colocándome en la posición del loto, agradecer al universo el regalo que acababa de recibir y que ni en mis sueños más ambiciosos como navegante había pensado conseguir. Allí, sentado, meditando, tras siete días de navegación, en un lugar tan bello, sentí que formaba parte y estaba en completa armonía con el universo.

En esa travesía hubo también otros momentos realmente mágicos. Unas de las noches, mientras Gonzalo, patrón y gran compañero, descansaba en un camarote, y cuando el punto más cercano a tierra era de varios cientos de millas, allí, bajo las estrellas, en soledad casi absoluta, tomé conciencia de la pequeñez del ser humano en medio de tan enorme y grandiosa naturaleza, pero, esa pequeñez, también marcaba la importancia de mi labor; estaba llevando el Barlovento, un barco noble y marinero que surcaba la mar brioso y seguro en demanda de su destino que, aunque lejano, se presentaba asequible y cierto.





.                                 Martín Alía"Mar dorada". 130 x 97 cm. Oleo/lienzo. 2007

 A veces me pregunto qué sentirá un navegante solitario que cruza un océano, que incluso da la vuelta al mundo en su velero, meses y meses sin ver tierra,  solo con la mar y el cielo. ¿Qué sentirá un transmundista como así mismos se denominan? Para ellos el puerto de destino no es tal, el tiempo tiene otro sentido, una dimensión completamente diferente, de tal manera que, alguno de ellos, al completar la vuelta al mundo no se han detenido y han seguido navegando.