A veces el viento,
simplemente, se va, se marcha, se aleja. Desaparece.
Las velas flamean, se
deshinchan, se vacían, cuelgan flácidas, inermes, sin vida. Muertas.
A pesar de tener el máximo
de velamen desplegado el barco se detiene, se para, parece desarbolado, triste,
abatido, abandonado. Solo.
El día puede parecer
magnífico, sol radiante, cielo limpio, sin nubes, hermoso.
Pero a bordo, en cubierta,
se instala el desánimo, la rabia, y a veces, incluso, la desesperación. ¿Qué
hacemos? ¿Qué podemos hacer? Y pruebas, lo intentas. Cambias velas. Con más, con
menos. Pones, quitas. ¿Sin velas?, ¡que locura! ¿Con todas?, ¡imposible! Repites, vuelves a cambiar. Cabos y más cabos.
Cazas, largas. Drizas, escotas, contras. Nada.
Nada.
¡NADA!
Martín Alía: Mar en calma. Oleo/tela. 130 x 97 cm. 2012
Y entonces, cuando después
mucho, mucho tiempo, percibes un ligero cambio de color en la superficie de la
mar, aunque sea lejos, tras dolerte los ojos de tanto mirar, y sientes en la
cara un breve soplo de viento, antes de que esa ligerísima brisa llegue al
barco y las velas la recojan, entonces, solo entonces, el ánimo se recupera y,
atento, callado, sin ruido, como para no asustar al viento, tomas los cabos con
sumo cuidado, con mimo, y ves que las velas empiezan a recoger ese pequeño halo
de brisa, a hincharse, y ligeramente el barco bandea, se balancea, empieza a
moverse de manera casi imperceptible, pero sí, lo hace, avanza, incluso para
asegurarse de que realmente está sucediendo, alguien grita:
-¡Eh!, ¡los de popa! ¡Mirar
la estela a ver si nos movemos!
Y sí, en popa ya hemos
mirado y visto surgir pequeñas burbujas, una ligera espuma y tras el barco empieza
a formarse un camino azul, ligeramente más oscuro, bordeado de pequeñas ondas
que nos anima a contestar, ya sin temor:
-¡Si, nos movemos! ¡Navegamos!
Pocos metros después,
burbujas y ondas, transformadas ya en olas y espuma forman una estela ancha,
agitada, turbulenta, preciosa.
En ese momento sueltas el aire
retenido en los pulmones y resoplas. ¡Por fin volvemos a navegar! A sentir el viento
en la cara, el movimiento del barco que escora y cabalga airoso sobre las olas,
tajando la mar, levantando espuma, fuerte, poderoso.
Y entonces recuerdo esa
frase que dice:
“Ningún
mar en calma hizo experto a un marinero”
Aunque a veces, aguantar en
medio de la calma, es tan desesperante como difícil hacerlo en medio de la
tormenta.
Y no solo cuando estás navegando.